Ciudad extraviada
- Sandra Rossi
- 18 sept 2017
- 2 Min. de lectura

La ciudad perdida, la que desaparece del mundo, la que no existe, la que se avejenta por egoísmo, la que está envuelta en tormentas interminables, la de amaneceres tenues y fríos; esa ciudad sin talante, que menosprecia con prepotencia las cualidades y empuje de cualquier individuo ardoroso de existir y explayar virtudes contenidas.
La ciudad mezquina con el poder de sustraerte del alma los anhelos más atesorados, la ciudad de los negocios frustrados y cerrados por excesiva soledad y ruina. Esa ciudad que no llora, ni siente y martiriza a todo aquel que sueñe.
La torturadora y ladrona de sonrisas, la que machaca los espíritus valientes porque ella quiere ser estacionaria y perpetuar fracasos. Esa ciudad inmutable ante cualquier avance universal, ante cualquier suceso bueno, no estaría mal en pensar destruirla, dejarla atrás, borrarla de la mente, del mapa mundial, aniquilarla por errada, mirarla de soslayo, porque resulta tan negativa que se sabe que la mala fortuna le conducirá siempre.
Nada se puede emprender allí, nada evoluciona, todo se arruina, se destruye con su ánimo endeble y enfermizo, lo único positivo en ella es lo nulo. Ella provoca en todos autodestrucción y abandono a cualquier nivel, porque esas situaciones le engrandece y potencian su desdén y desapego a lo bonito y progresista.
Es la ciudad decadente, cuna de malogrados y gente sin alma, de espíritus perdidos y viciados por la haraganería, gente inerte y costumbrista acomodada a la uniformidad de la pereza y el disimulo. Gente eclipsada por la gran y tormentosa sombra gris que avasalla por doquier cada día de la vida, porque esta ciudad infernal, paraliza cualquier motor en marcha, cualquier atisbo de proyecto, es la gran paralítica, para todo aquel que sueñe en dar grandes pasos para crecer, porque disfruta imposibilitando y obstruyendo los caminos que conllevan hacia ellos.
La ciudad no llora, la ciudad enlutece y transgrede los pasos firmes de todos aquellos que quieren ser y poseer. Ciudad diabólica que corta las alas con impertinencia; degolladora de posibilidades, nada bueno existe en ella, nada positivo se fecunda allí, solo dolor, y lunas menguadas.
Todos los fracasos y los desaciertos se gestan espléndidamente en la ciudad de las calles muertas, la ciudad de sol velado, donde nada resplandece y todo resulta un misterio perceptible al más sensible.
No se sabe cuál será su fin o futuro próximo, lo cierto es que todos los que residen enclaustrados en ella, no conocen la salida, solo su sórdido y miserable presente, socavado por la amargura de existir precisamente allí, en la ciudad perdida.
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